viernes, 27 de marzo de 2009

Bootlegs

O lo que antiguamente llamábamos “piratas”. Piratas porque se editaban sin el consentimiento del autor. Piratas porque alguien diferente del autor hacia un negocio redondo. Y piratas porque en muchas ocasiones el sonido era de lo más sucio.
Hace muchos años, estas grabaciones eran la única manera de escuchar ese concierto especial, ese tema inédito, esa versión, esa colaboración. Hoy día, con las reediciones de CDs y extras de DVD, casi todo ese material está disponible con una alta calidad, pero entonces las fuentes eran grabaciones penosas que obtenías de emisiones de radio, o ediciones ilegales (casi siempre italianas) de fea presentación e información nada fiable. Estas grabaciones a menudo las conseguías en ferias de discos, mercadillos o a través de venta por correo, y corrías un enorme riesgo sobre la calidad del producto. Recuerdo que en una ocasión compré por correo y a 900 ptas una grabación de un concierto de los Zeppelin. Cuando recibí el paquete con un mísero casete TDK sin carátula, ni setlist y con una calidad de sonido infumable se me quedo una cara de tonto que sólo pude mitigar tirando la cinta a la basura y ocultando todas las pruebas de la estafa. Por otra parte también corrías el riesgo de comprar bajo otro título el contenido que ya tenías, y a menudo con peor calidad. Hubo un tiempo sin embargo que en cualquier tienda de discos encontrabas unas ediciones super curradas de una distribuidora llamada “The Swingin' Pig Records”. Habitualmente eran carpetas dobles o cajas, con información fiable y grandes fotos, aunque prescindían de libretos, y los vinilos solían ser de colores. Me agencié varios títulos de aquellas ediciones. Lástima que mi economía no me diera para más.
La postura de los propios autores ante el fenómeno del pirateo ha sido la de oficializar los bootlegs, editándolos como discos oficiales con la presentación que se merecen y un notable aumento de calidad. Ahí tenemos a Dylan con la Bootleg Series. En otras ocasiones editan los conciertos de forma exprés y los comercializan en los mismos recintos o a través de Internet, como han hecho entre otros Pearl Jam o Pixies, lo cual es una putada desde el punto de vista económico para los hardcore fans que necesitan tenerlo todo. Lo que me parece una opción un poco miserable es incluir como oficial, en un extra, alguna grabación casera sin un mínimo de calidad, como he podido ver en algún DVD de Pink Floyd o Queen sin ir más lejos. Bootlegging the Bootleggers. Rizando el rizo, Aerosmith editó su directo oficial Live Bootleg presentándolo con aspecto de bootleg, con canción perdida en el tracklist y todo.
Hoy día, con Internet, pagar por un bootleg me parece una tontería. La red está cargada de páginas que ofrecen estos bootlegs de forma gratuita. Made by fans for fans. El lema es: “No vendas esta grabación. Nunca pagues por ella”. Y me parece estupendo. Prácticamente puedes escuchar todos los conciertos de una gira actual, con una calidad más que aceptable en formato flac y renegando de compresiones tipo mp3. Hay quien los recopila todos de su artista favorito, aunque a mi me parezca una burrada. Mi interés está en simplemente escucharlos y, cuando alguno tenga un valor especialmente sentimental, hacer mi propia edición casera-profesional (los paquetes o Torrents a menudo incluyen artworks muy buenos).
Lo que no acabo de entender, tal y como está el fenómeno hoy día, es la obstinación de algunos artistas por evitar cualquier tipo de grabación en sus conciertos, teniendo en cuenta que cualquiera tiene un teléfono móvil para grabar audio y video con alta calidad. A menudo yo mismo hago pequeñas grabaciones para disfrute personal y quizá las subo a Youtube para disfrute de otros. ¿Me puede decir usted, Sr. Metheny, o alguien de su oficina, qué daño le hacen mis videos que ha ordenado retirarlos todos de la red?. ¡Qué tontería!.

jueves, 19 de marzo de 2009

La Música Contada

Para los que no la conozcan, la Música Contada es una producción malagueña ciclo de discofórum que consiste en que un invitado, habitualmente músico, hace una selección de canciones que han significado algo en su vida, y las “pincha” ante la audiencia a modo de programa radiofónico introduciéndolas e intercalando comentarios y anécdotas propias o ajenas sobre las mismas. A veces el propio artista interpreta en directo canciones y se cierra la sesión con un turno de preguntas al invitado. Se han celebrado más de 150 sesiones en distintas ciudades andaluzas y he podido asistir a varias de las que se han celebrado en mi ciudad. Quiero decir que me parece una idea extraordinaria y hasta ahora todas las experiencias han sido muy satisfactorias. Y es que, a alguien que le gusta la música, pocas cosas le gustan más que hablar de música. Y pocas cosas le gustan más que escuchar a alguien hablar de música. Y de eso trata la Música Contada, de hablar de música y de paso acercarte un poco más a ella y al invitado.
Ayer noche asistí a la sesión protagonizada por José Ignacio Lapido. En su cuidada selección musical incluía mucho blues, Byrds, Animals, Cream, Hendrix, Creedence y muchos más que nos fue presentando y comentando. En tres ocasiones cogió su guitarra, y nos obsequió con “Baby what you want me to do” de Jimmy Reed, “My back pages” de Dylan y “For no one” de los Beatles. Se nota que lo suyo no es hablar ante una audiencia sino tocar para ella, pero el hombre hizo un gran esfuerzo por hacer la sesión amena y lo consiguió. En mi opinión, lo mejor fueron sin duda sus interpretaciones. En el turno de preguntas, la inevitable “¿Volverán 091?” y otras más interesantes a las que respondió gustoso y con sentido del humor. La mayor revelación para mi: saber que este hombre, que ha trabajado con gente como Joe Strummer, se dedica ahora a hacer guiones para folletines de televisión, aunque sigue componiendo y editando discos bajo su propio sello.
Para finalizar, agradecer a la productora y al director de LMC Héctor Márquez hacernos pasar un rato tan agradable. Dicen que vuelven en octubre. Allí estaré seguro. Y ojalá continúen con esta idea durante mucho tiempo.

jueves, 12 de marzo de 2009

Ciclo de Jazz Rising Stars

Se cumplen ahora 10 años del ciclo de Jazz Rising Stars. Este ciclo financiado por la Obra Social Cajasol (antes Caja San Fernando) es una de las mejores ocasiones que tenemos los sevillanos de disfrutar de buen jazz en unas condiciones inmejorables. La mecánica del festival siempre es la misma. Siempre cuatro actos, entre enero y abril aproximadamente. Siempre actuaciones replicadas en Sevilla, Cádiz y Jerez. Siempre gratuito. Y casi siempre figuras jovenes emergentes en el panorama jazzístico, aunque a veces disfrutemos de veteranos consagrados. En las diversas ediciones a las que he asistido he podido ver a gente de la talla de Peter Erskine, Chris Potter o Charlie Hunter. Además es habitual que al finalizar la actuación el artista en cuestión monte su chiringuito y venda directamente sus CDs, dándote la oportunidad de conversar con él y, cómo no, que te firme o te escriba una dedicatoria en el libreto.

El pasado martes asistí al concierto de Sangha Quartet incluido en el programa de este año y ocurrió algo que nunca había pasado. Se suspendió. Estábamos ya acomodados en el salón de actos de la calle Chicarreros, en primera fila, cuando el encargado de seguridad nos invitó a desalojar la sala. Al parecer debió salir ardiendo algún cuadro eléctrico porque se personaron varias dotaciones de bomberos, aunque la cosa no fué a mayores. El caso es que estaban funcionando con un sistema de alimentación de emergencia y estaba más que justificada la suspensión del concierto. Una gran decepción, porque el acto del día era de los grandes. Sangha Quartet son el saxofonista Seamus Blake y el pianista Kevin Hays acompañados de Sean Smith (en el CD Larry Grenadier) al bajo y el gran Bill Stewart a la batería. Casi ná. Si no tuviera la situación familiar actual, esta noche hubiera ido a verlos a Jerez. Pero no se puede tener todo. Al menos tuve la ocasión de hablar con ellos. Mientras los bomberos evaluaban la situación, me acerqué al hall del edificio y allí estaban los cuatro con caras de circunstancias. Llevaba preparados varios libretos de CDs para que me los firmaran y me acerqué a ellos e intercambié algunas palabras. Todos muy amables, sobre todo Bill Stewart, que con una educación exquisita me atendió y me firmó todo lo que le puse por delante. Ellos mismos se aventuraban a afirmar que seguramente tocarían, pero no pudo ser. Tuve que ahogar las penas con un par de birras con los amiguetes. En fin, otra vez será. Y ojalá este magnífico ciclo se celebre al menos por diez años más.